Nació el 3 de mayo de 1786 en localidad italiana de Bra, Cuneo.
Fue el primogénito de doce vástagos nacidos en medio de los trágicos sucesos de la Revolución francesa que afectó también al Piamonte. En medio de la clandestinidad impuesta a los creyentes, cursó estudios para ordenarse. Y viendo que revestían gran dificultad para él, se encomendó a santo Tomás de Aquino a quien atribuyó haber aprobado todos los exámenes. El 8 de junio de 1811 recibió el sacramento del orden en la capilla del seminario de Turín. Allí había conocido a san Juan Bosco.
Siendo vicepárroco de Corneliano d’Alba dio muestras de su celo apostólico. Celebraba la misa a las tres de la madrugada para que los campesinos pudieran participar en ella antes de iniciar su jornada laboral. Les animaba diciéndoles: «La cosecha será mejor con la bendición de Dios». Al doctorarse en teología en 1816 se integró en la congregación de canónigos de la iglesia del Corpus Domini en Turín, pero su camino sería otro. El testimonio de su ardiente caridad indujo a los feligreses a denominarle el «canónigo bueno», juicio compartido por los miembros del cabildo.
El ejemplo de san Vicente de Paúl, que le impresionó al leer su biografía y enseñanzas, supuso una gran transformación para él. Y el hecho luctuoso que sucedió el 2 de septiembre de 1827 selló su vida.
Una mujer francesa, Juana M. Gonnet, que viajaba desde Milán a Lyón junto a su esposo y a tres hijos, gestante en sexto mes de embarazo, requería inmediata atención por hallarse gravemente enferma. El santo la condujo a un cercano hospital, pero le negaron el auxilio. Primeramente por cuestiones burocráticas, ya que era extranjera, y después por carencia elemental de medios para costearse el tratamiento. Rápidamente la trasladó al hospicio de maternidad con los mismos resultados. Impotente y apesadumbrado, José intentó que la vieran en otros centros, pero la mujer falleció en sus brazos en medio de muchos sufrimientos.
Profundamente desolado, se desprendió de todo lo que tenía y comenzó su acción caritativa en enero de 1828 en una habitación que alquiló ex-profeso. Puso en ella cuatro camas y abrió el hospital «Volta Rossa». En su empeño le ayudaron el Dr. Lorenzo Granetti, el farmacéutico Pablo Anglesio, y Mariana Nasi Pullini, viuda y con muchos recursos, que rigió el centro y le proporcionó los medios para ponerlo en marcha. Dio a esta obra el nombre de Damas de la Caridad. En tres años había 210 internados y 170 asistentes, aunque después fundó una congregación dedicada expresamente a la atención de personas desvalidas, designando superiora a Nasi.
En 1831 el hospital fue clausurado por las autoridades de Turín temerosas de que se propagase a través de él la epidemia de cólera que devastaba el país. Esta decisión era un contratiempo. Pero José, lejos de venirse abajo no perdió el tiempo. Se estableció en otro barrio, en Valdocco y fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia. Con el tiempo se convertiría en un magnífico hospital en el que serían atendidos hasta 10.000 pacientes. Por orden suya en la puerta se esculpió: «La caridad de Cristo nos anima».
En 1833 fundó la congregación de Hermanos de San Vicente, actuales Hermanos de José B. Cottolengo. Instituyó también los ermitaños del Santo Rosario y los sacerdotes de la Santísima Trinidad. Inauguró nuevos pabellones donde podía acoger a enfermos sumidos en extrema pobreza. No dejaba a nadie desamparado. En sus centros recibían atención y cariño enfermos mentales, huérfanos, inválidos, abandonados y sordomudos.
El dinero o bienes materiales surgían no se sabe de dónde en el momento preciso, hecho que se produjo hasta unos días antes de morir. Él lo atribuía a María: «No tengan miedo, nuestra Señora está con nosotros nos protege y defiende».
El dinero o bienes materiales surgían no se sabe de dónde en el momento preciso, hecho que se produjo hasta unos días antes de morir. Él lo atribuía a María: «No tengan miedo, nuestra Señora está con nosotros nos protege y defiende».
En su oración no había más intenciones que el Reino de Dios y la santidad. Lo demás lo dejaba al arbitrio de Dios. Su mucho trabajo e intensa dedicación debilitaron su salud. En 1842 el tifus se extendió sobre Turín afectando de lleno al santo, que falleció el 30 de abril de ese año. Los «cottolengos» impulsados por José son su legado y quizá sean más conocidos que él mismo.
Benedicto XV lo beatificó el 29 de abril de 1917 y Pío XI lo canonizó el 19 de marzo de 1934.
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