Joven, sin preparación académica y mujer: poco significaba alguien con estas características en la Europa del siglo XIV. Pero, Dios, que tiene una especial preferencia por lo pequeño y vulnerable, hizo de Catalina de Siena una ejemplar predicadora del Evangelio.
Nació en marzo de 1347 y desde los 6 años quiso consagrarse totalmente al Señor. Tras la muerte de su hermana en 1362 decidió no contraer matrimonio y ser laica dominica, la cuales en la época eran conocidas como «Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo». En 1370 vivió la «muerte mística»: pidió a Cristo que le cambiara el corazón. Desde entonces, su intensa vida de oración se juntó con la atención a los pobres y enfermos.
Catalina también se dedicó a la formación cristiana de un grupo de discípulos por lo que fue reconocida también como maestra espiritual. A partir de 1372 fue mediadora en los conflictos civiles y eclesiales en la península italiana. Empezó una amplia producción epistolar. En 1374 fue convocada al Capítulo General de la Orden de Predicadores y se le asignó a fray Raimundo de Capua como acompañante espiritual.
Ante el creciente conflicto entre el Papa y las ciudades italianas, Catalina se sumergió en la política. Viajó a Aviñón e instó a Gregorio IX a regresar a Roma. Gracias a su labor, el Papa regresó en enero de 1377. La influencia política y religiosa de Catalina creció significativamente. Profesó un profundo amor por la Iglesia. Se sintió llamada por Dios a denunciar la corrupción y promover una vida apostólica y evangélica. Sufrió al ver la consumación del cisma de occidente tras la muerte de Gregorio IX en 1378.
A pesar de su escasa formación intelectual se sumergió en las profundidades de la mística cristiana. Fue una apasionada predicadora de la cruz. Su libro "Diálogo" refleja su espiritualidad. Murió el 29 de abril de 1380.
Catalina nos recuerda que los laicos cristianos están llamados a participar en el desarrollo histórico de la sociedad sin renunciar a su condición de creyentes y seguidores de Jesús.
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