A principios del siglo IV, vivía en Roma una mujer llamada Aglaé. Noble, rica, hermosa, y derrochadora gustaba de llamar la atención de sus conciudadanos y, para ello, no dudaba en ofrecer al pueblo festejos y espectáculos públicos que pagaba de su propio dinero. El mayordomo de Aglaé, llamado Bonifacio, vivía en pecado con ella. Realmente Bonifacio era esclavo y amante de Aglaé y aunque licencioso y disoluto, era también comedido, generoso, hospitalario y muy bondadoso con los pobres. Ninguno de los dos era cristiano.
Un día, Aglaé le pidió que fuese al oriente a traerle unas reliquias, porque —le explicó—..."he oído decir que quienes honran a los mártires de Cristo compartirán la gloria con ellos y los cristianos de Oriente se dejan torturar y matar por Cristo."
Bonifacio, que ya habría recibido la gracia de la conversión, le responde: “no regresaré sin reliquias de mártires, pero, si no hallara, ¿aceptarías mi propio cuerpo como una de ellas?” Aglais no le haría mucho caso y Bonifacio partió a su misión y en todo el viaje ayunaría, no bebería vino y haría oración.
En aquella época (hacia el 306 d.c) la Iglesia de Occidente atravesaba por un período de paz; en cambio, en Oriente, Galerio Maximiano y Maximino Daya continuaban la persecución iniciada por Diocleciano, con particular violencia en Cilicia (territorio que abarcaba la actual Turquía, norte de Chipre y parte de la península de Anatolia), donde gobernaba el salvaje Simplicio.
Bonifacio se dirigió a Tarso, capital de la provincia de Mersin (Cilicia), y fue directamente a ver al gobernador. Simplicio estaba en aquel momento inmerso en un un juicio contra veinte cristianos. Bonifacio corrió a reunirse con ellos y gritó: "¡Grande es el Dios de los cristianos! ¡Grande es el Dios de los mártires! Pedid por mí, siervos de Jesucristo, para que sea yo digno de acompañaros en la lucha contra el demonio".
El gobernador, furioso, le mandó arrestar y ordenó que le azotasen y le clavasen en las uñas astillas afiladas. Luego mando que le vertieran plomo ardiendo por la garganta, tormento del que salio ileso.
El pueblo, disgustado por la crueldad del gobernador, empezó a gritar: "¡Grande es el Dios de los cristianos!" Simplicio se retiró muy alarmado, ante la perspectiva de un levantamiento popular. Pero al día siguiente mandó llamar a Bonifacio y le condenó a morir en un caldero hirviente. Como el mártir saliese también ileso de la prueba, un soldado le cortó la cabeza. Los criados de Bonifacio compraron su cuerpo, lo embalsamaron y lo llevaron consigo a Roma.
Aglaé salió a recibirlo en la Vía Latina, a un kilómetro de Roma, a la cabeza de un grupo de amigos que portaban antorchas. Ahí mismo erigió un santuario donde quedaron depositadas las reliquias de su mayordomo. Al morir Aglaé quince años después (pasados en completa penitencia) fue enterrada junto a él. Sin embargo las reliquias se perdieron con el tiempo, y la devoción decayó, hasta el punto que la iglesia pasó a llamarse "de San Alejo" (en lugar de San Bonifacio), al trasladarse allí las veneradas reliquias de este otro santo. Actualmente la Basílica lleva el nombre de ambos santos San Bonifacio y San Alejo.
Aglaé salió a recibirlo en la Vía Latina, a un kilómetro de Roma, a la cabeza de un grupo de amigos que portaban antorchas. Ahí mismo erigió un santuario donde quedaron depositadas las reliquias de su mayordomo. Al morir Aglaé quince años después (pasados en completa penitencia) fue enterrada junto a él. Sin embargo las reliquias se perdieron con el tiempo, y la devoción decayó, hasta el punto que la iglesia pasó a llamarse "de San Alejo" (en lugar de San Bonifacio), al trasladarse allí las veneradas reliquias de este otro santo. Actualmente la Basílica lleva el nombre de ambos santos San Bonifacio y San Alejo.
BASÍLICA DE LOS SANTOS BONIFACIO Y ALEJO (Roma)
Aunque su martirio tuvo lugar hacia año 306, el culto de San Bonifacio de Tarso data solamente del siglo IX. San Bonifacio es el Patrón de Carcaixent.
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