Catalina nació en 2 de mayo de 1806 en el seno de una familia numerosa de 11 hermanos.
Su madre, Luisa Labouré, murió cuando Catalina tenía tan sólo nueve años.
Después de vivir un año en París, con su tía Margarita, Catalina volvió a casa de su padre Pedro Labouré, para encargarse del hogar. Era la hija preferida de su padre, y este severo y eficiente granjero de clase media dependía de ella. El 25 de enero de 1818, Catalina hizo su Primera Comunión. A partir de ese día, se levantaba cada día a las 4:00 de la mañana y caminaba varias millas hasta la iglesia para poder asistir a misa y orar.
Un día tuvo un sueño en el cual vio a un sacerdote celebrando la misa. Después de la misa, el sacerdote se dio la vuelta y le hizo señas para que viniera hacia él, pero ella retrocedió mirándolo. Su visión se trasladó a un cuarto de enfermos dónde vio al mismo sacerdote, que le dijo: “Mi niña, es una buena obra cuidar a los enfermos; tú huyes ahora, pero un día estarás contenta de venir hacia mí. Dios tiene planes para ti, no lo olvides”. Luego despertó sin entender el significado de aquel sueño. Tiempo después, mientras visitaba un hospital de las Hijas de la Caridad, Catalina se percató del retrato de un sacerdote en la pared. Le preguntó a una hermana quién era él y ella le dijo: “Nuestro Santo Fundador, San Vicente de Paúl”. Ese fue el mismo sacerdote que Catalina había visto en su sueño.
En enero de 1830, Catalina Labouré se hizo postulante en el hospicio de las Hijas de la Caridad en Catillon-sur-Seine. Tres meses después estaba de vuelta en París, esta vez para entrar en el noviciado en la casa madre de las Hijas de la Caridad.
Un poco después de haber entrado en su nuevo hogar empezó a tener visiones extraordinarias.
El 27 de noviembre de 1830 estando Santa Catalina rezando en la capilla del convento, la Virgen María se le apareció totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Ella le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen María "M", y una cruz, con esta frase "Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.
Catalina le comentó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote al darse cuenta de la santidad de Catalina, intercedió ante el Arzobispo para obtener el permiso para hacer las medallas y por ende, los milagros.
Uno de las ejemplos más significativos de esta santa es su humildad, ya que desde que se dieron las apariciones marianas en la Rue du Bac en 1830 hasta su muerte en 1876, aparte de su confesor nadie supo quien era la vidente de las apariciones de la medalla milagrosa.
Su confesor había publicado un libro con todo lo referente a las apariciones pero nunca revelo el nombre de la bienaventurada que había recibido semejantes gracias por parte del Señor en la persona de su santísima madre. Los años siguientes a las apariciones los vivió como cualquiera de las otras hermanas de su convento, dedicándose a otros oficios tales como barrer, lavar, cuidar a los enfermos y a los ancianos con inmensa misericordia, y en completo anonimato y sin desear la atención o el apoyo de los miles de devotos que ya portaban la medalla que gracias a ella se había elaborado.
Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales.
En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré.
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